Glitchland 2.0
Nuestra forma de percibir la realidad está influida por procesos de alteración, optimización, réplica y simulación de imágenes y narrativas. La digitalización, más allá de ser un fenómeno contenido en los límites de las pantallas, opera como un marco que moldea subjetividades, regula el consumo y atraviesa nuestros cuerpos. En este escenario, el glitch no se interpreta únicamente como una disrupción técnica o un fallo en la codificación, sino como un espacio de resistencia que desmonta la supuesta neutralidad del sistema.
Julio Sarramián explora lo inmaterial de la tecnología a través de la pintura clásica y reformula la tradición del paisaje para revelar las tensiones de un mundo digitalizado. Lejos de atribuir características humanas a los dispositivos, reproduce con precisión texturas y superficies propias de lo digital, eliminando casi por completo la huella de su intervención. No obstante, el potencial humano es el origen y objetivo de su hábil trampantojo, recordando que, en la creación tecnológica subyace lo orgánico y lo natural.
El paisaje ha sido un género pictórico anclado durante siglos en convenciones estéticas. Sarramián rompe con esta tradición al introducir un ambiguo nivel de abstracción, representando un entorno sin referencias temporales ni figuras identificables, donde no hay seres vivos ni detalles que permitan fijar una escala precisa. La distancia entre el público y el objeto representado es anómala, una masa atemporal cuyas densidades podrían ser a la vez nieve o lava. La incertidumbre creada ante un tema tan familiar como un paisaje alpino, se potencia por el uso de un lenguaje aséptico, lo cual refuerza ese extraño desconcierto.
En la gama cromática utilizada por Sarramián se encuentra uno de los aspectos más poderosos de su pintura, ya que sus tonos metálicos se relacionan con la luz de forma casi autónoma. La superficie pictórica absorbe los reflejos haciendo que las cimas de las montañas se iluminen como la pantalla de un dispositivo electrónico. La continuidad de sus degradados exige, además de una técnica precisa, largas sesiones de trabajo. Al igual que la pintura al fresco, las obras de Sarramián necesitan un programa previo para asegurar la homogeneidad de estas transiciones cromáticas.
Solo al conocer el proceso creativo del artista podemos comprender el profundo ejercicio detrás de cada pintura y su resistencia a la desmaterialización del arte. Su obra desentraña lo digital a través de lo matérico, otorgando a la codificación una presencia física palpable. Alejado de cualquier método de reproducción en serie, mecánico o digital, Sarramián dota a sus pinturas de una materialidad que trasciende a las ficciones temporales e intereses impuestos por la cartografía.
En Glitchland 2.0, el paisaje se presenta como un terreno híbrido en el que la tradición romántica se fragmenta para proporcionar un testimonio contemporáneo. Los efectos glitch que recorren los laterales de las pinturas, reproduciendo los accidentes característicos de una pantalla digital, generan un equilibrio único en la composición y dotan de significado a la muestra. Estos elementos no se limitan al lienzo, sino que se expanden en la galería, conectando las obras entre sí y transformando estas relaciones en una instalación total.
En su práctica, Sarramián cuestiona las dicotomías tradicionales que han marcado la representación visual. Aquí, la tecnología es un marco teórico para cuestionar la representación de conceptos aparentemente opuestos, como natural y artificial, diluyendo la distancia entre ellos. En sus obras, la precisión rigurosa coexiste con la sutil calidez orgánica de su trazo, lo cual evidencia que no hay nada más humano que la tecnología.
Roberto Majano
Texto de la exposición Glitchland 2.0. en la Galería Herrero de Tejada, Madrid (2024)